Tuesday, May 08, 2007

Trompos

En mi infancia hubo un trompo. Eléctrico. Prendía luces y se activaba apretando una perilla superior. Un pequeño cohete plástico, incandescente en el giro. Sólo ese trompo hubo en mi vida. O eso creí. Eso creí hasta el otro día en que por la calle me ofrecieron uno a la venta, manual pero también sin la piola de los tradicionales, chico -se puede esconder en una palma-, prende lucecitas como las de los llaveros baratos o los collarcitos de Once. Seguí de largo, lo pasé por alto hasta darme cuenta de la mueca en mi cara que delataba un espanto antiguo, no procesado. Y fue entonces que supe que en mi vida había habido muchos trompos. Porque los trompos son la figura por excelencia del fracaso, del encantamiento mágico que dura apenas unos instantes para caer en la mayor de las inercias, en lo inerte. Los trompos son lo que se promete, el incumplimiento por excelencia. Son la magia que atrapa, que enciende luces y se expone como equilibradamente fascinante, el movimiento de una bailarina que nunca se cansara, el desafío y el quiebre de las leyes de gravedad y tiempo. Fracaso puro. Tristeza pura del fracaso.

Hay un museo de trompos en la vida.